Hierba, una brizna

En Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, lo que lees es una entrevista dura, pero también lo que ves. Porque Hierba es un cómic, un testimonio que se despliega con imágenes y palabras, y que nos acerca a una de las heridas más dolorosas del siglo XX sin que cerremos el volumen con las manos temblorosas en la primera página. Hierba te arrastra hasta el final inevitablemente.

La autora aborda la historia con una delicadeza extraordinaria, con una poesía visual que permite avanzar sin caer abatido de inmediato. Pero, cautela, ese alivio inicial es engañoso: con el paso de las horas y de los días, lo leído regresa, se clava, abre aristas, y entonces Hierba atraviesa. Hace más de una semana que lo terminé y aún siento las punzadas que sé que seguirán ahí, ya no se irán.

El cómic es precioso en su sobriedad. Los dibujos en tinta negra, aparentemente sencillos, encierran un caudal de información y de emoción. Tienen también mucho de oriental, el trazo recuerda a su escritura. Si alguien tuviera la tentación de saltarse una viñeta sin diálogos estaría perdiéndose lo esencial: los silencios, los gestos, las manchas, las caras sin rostro… Los espacios son tanto o más elocuentes que las palabras. Los sentimientos habitan sobre todo en lo visual; el texto apenas nombra, pone palabras a los hechos, pero la devastación está en el dibujo.

Hierba cuenta en primera persona la historia de una mujer coreana que, siendo apenas una niña, fue secuestrada y convertida en esclava sexual por el ejército japonés durante la ocupación de Corea. Una de esas a las que llamaron mujeres de consuelo o mujeres de solaz y que en gallego llaman “mulleres de conforto”. Expresiones que intentan disfrazar la brutalidad: niñas y mujeres arrancadas de sus casas y obligadas a vivir en un infierno para satisfacer las necesidades de hombres que si buscaban algún tipo de confort… ¿Qué consuelo puede haber en el abuso?

Yo he leído “Herba”, la traducción al gallego publicada por Rinoceronte Editora. No sé si es algo objetivo o solo mi manera de sentirlo, pero para mí, que el gallego no es mi lengua materna (aunque lo haya sido de mi madre), la sonoridad de esa lengua añade una ternura inesperada. Tal vez por eso he visto en el relato una brizna de esperanza, pequeña y frágil, escondida entre la devastación: la resiliencia de la protagonista, su coraje para recordar en voz alta lo indecible y la dignidad que surge incluso en medio de la tragedia.

Hierba no es una lectura amable. Es un testimonio gráfico que obliga a mirar de frente una violencia que se quiso borrar con eufemismos, es una forma de no ceder, resistir y dar testimonio veraz en un intento de devolver la dignidad a las mujeres que han sufrido, sufren y padecen ser convertidas en objeto al servicio de alguien. 

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