En los últimos tiempos seguramente ha llegado a tus oídos la palabra Facendera, una palabra leonesa para hablar del trabajo comunitario. Si la has oído, desgraciadamente, lo más probable es que haya sido relacionada con los incendios que han asolado la provincia este verano.
Facendera también es un libro, de Óscar García Sierra (León, 1998) (Editorial Anagrama, 2022) y sí, facendera significa eso, trabajar juntos por un objetivo común. Con esa premisa llegué al libro de Óscar García Sierra y la verdad es que me ha dejado fuera de juego: descolocada.
No había querido leer ninguna reseña ni entrevista previa, me dejé llevar por la sensación que tengo últimamente de arraigo a las lenguas y culturas en las que he crecido.
Lo que encontré en sus páginas fue un lugar reconocible y deprimente, como en las pelis grises sobre los suburbios ingleses, pero en un pueblo de León. Lo curioso es eso, es que aún siendo una historia local, es muy global. A medida que avanzaba, no podía evitar mirar las situaciones a través de un espejo, una mezcla incómoda de distancia y semejanza.
El paisaje desolador es un pueblo al que las crisis de la minería, la industria y la despoblación han dejado de la mano de los antidepresivos. Una parte de la historia, no tengo claro si es de amor o la sombra de lo que es amor para quienes han aprendido mal a amar y, en consecuencia, a amarse mal a sí mismos. Entre esas grietas se pueden vislumbrar destellos de ternura, pero la mayor parte del tiempo lo que resuena es el vacío, los recuerdos o los chismes…
Detrás de todo, sin embargo, queda un poso. Un rastro que no desaparece con el paso de las páginas. Las frases de García Sierra funcionan como semáforos encendidos en mitad de la noche: te obligan a parar, a darle vueltas, a recordar que a veces estar cuerdo resulta insoportable cuando lo que te rodea es abandono.
Pero esta historia viene con un regalo que dentro de la atmósfera agonizante a mí me resuena como esperanzadora: pequeñas explicaciones sobre el leonés. Resulta imposible no leerlo escuchando esa musicalidad grave que se eleva de pronto en un agudín final. Esa cadencia convierte las palabras en territorio y la lectura en viaje.
En definitiva, “Facendera” es un libro incómodo por su contexto y lúcido en sus reflexiones. Lo recomendaré siempre y a quien pueda para que el leonés no sea una palabra en el incendio. La lengua está viva mientras haya escritores como Óscar García Sierra y lectores que rescaten de entre sus páginas un coime, un cuentu, un pronombre más posesivo (el mi abuelo) o un diminutivo que guardarse en la manguina.
Sin ser un libro amable, consigue lo que más me gusta encontrar en la literatura: una sacudida que te obliga a pensar qué lugar ocupas en esa historia.


