Hay un gesto que primero se instaló en mi rutina nocturna y que ahora también se ha vuelto imprescindible en la de mis hijas. Es el libro en la mesita. Tenemos los que esperan su turno, los que simplemente hacen bonito y los que de verdad estamos leyendo. No me cabe duda de que es una de las mejores ideas que hemos incorporado al ritual de irse a dormir.
Cuando empezamos, leíamos los cuentos típicos y algunos clásicos. Luego hubo una época en la que nos pasamos a las historias inventadas. Un día, decidí contarles el libro que estaba leyendo yo en ese momento, Caperucita en Manhattan. No se lo leía en voz alta, se lo explicaba con mis palabras, capítulo a capítulo. Nos fascinó a las tres.
Más tarde, encontramos en la biblioteca La muy catastrófica visita al zoo, de Joël Dicker. Había oído varias reseñas que lo describían como un libro para niños de 7 a 120 años, o algo así. Lo trajimos a casa y aquello fue un éxito. La hora de dormir pasó a ser un momento esperado con entusiasmo porque queríamos descubrir qué ocurriría en el siguiente capítulo.
Esta vez, nos hemos echado al bosque con Pequeño Zar y el bosque animado, de Marta del Riego Anta. Si soy sincera, me costó convencerlas porque la portada no tenía brillos ni colores llamativos. El truco definitivo fue anticiparme. Las esperé en la cama con el libro abierto y en cuanto aparecieron por la puerta, listas para acomodarse, empecé a leer en voz alta. Le puse un poco más de intensidad a cada frase, interpretando lo que iba sucediendo, y se quedaron en silencio. Al terminar el primer capítulo, escuché: “¡otro, otro! Uno más, porfa, mamá”. Y seguí.
Nos lo hemos pasado genial con las conversaciones entre Pequeño Zar y sus amigos, hemos aprendido cosas sobre arañas y osos, y hasta buscamos cómo son los urogallos. El libro nos duró poco, no nos valía eso de un capítulo por noche. Ahora lo mantenemos en la mesita, creo que le daremos una segunda vuelta.
A mis hijas les ha encantado verse reflejadas en un niño real que, como ellas, es capaz de poner voz a objetos y animalillos. A mí me ha cautivado el mensaje de amor a la naturaleza, el elogio a la vida que vuelve a las raíces y los guiños a la generación de padres que ahora pueden leer esta historia a sus hijos. También he disfrutado al encontrar una lectura que no infantiliza la experiencia de leer, Marta no recurre a un vocabulario simplón, confía en la inteligencia y la sensibilidad de quienes leen.
Pequeño Zar y el bosque animado es una aventura pensada para que niños y adultos vuelvan a sentir su lado más curioso e imaginativo. Si eres adulto, es uno de esos libros infantiles que agradecerás haber compartido.
¡Marta, queremos más aventuras con Pequeño Zar!