Hay un momento en la vida de las personas, las empresas, las instituciones, las ciudades en el que los modelos se agotan. Este momento puede ser tomado como un problema definitivo o como un impulso para la renovación, puede ser un buen momento para tomar la innovación como fórmula de salvación.
La innovación no es un recurso de última hora, ni debe ser considerada solo en casos de necesidad, pues la innovación no es un fin, la innovación es un proceso y sus fines son los que marcan la diferencia.
Innovar parece que esté solo al alcance de unos pocos, de los grandes, o de aquellos que ya no tienen otra vía y deciden arriesgar lo que les queda. Error, gran error, la innovación es un proceso que debe integrarse e impregnar la cultura de la persona, de la empresa, de la institución o de la ciudad.
Hasta hace relativamente poco tiempo, unos quince años, la innovación se asociaba casi exclusivamente con la tecnología, por este motivo la innovación se relacionaba con procesos solo accesibles a grandes empresas con recursos humanos y económicos abundantes. Sin embargo, la innovación no tiene por qué ser un proceso únicamente tecnológico, ni su resultado tiene por qué ser una mejora tecnológica, la innovación puede ser entendida de forma más amplia y ya que la innovación se puede ser dar en la forma de organización o de comercialización, y su proceso puede ser desarrollado con recursos propios, ajenos y de forma participativa y/o colaborativa.
Repaso histórico
Existen diferentes maneras de introducir la innovación en la cultura de las personas, las empresas, las instituciones o las ciudades. El proceso de innovación ha sido objeto de estudio desde hace más de un siglo. Se han elaborado diferentes teorías en cuanto a los modelos de este proceso: Rossenger en 1980 propuso un sistema lineal, Forrest propuso un modelo integrador, Rothwell propuso distintos modelos generacionales (por procesos tecnológicos, de demanda, interactivo, integrado y de redes de trabajo, Trott propuso la serendipia, la Comisión Europea propuso el modelo del proceso de innovación a partir de redes tecnológicas y de redes sociales, etc. Estos son solo algunos ejemplos de todos los modelos que se han ido proponiendo a lo largo de la historia, no existe ni un modelo único y prefecto, ni consenso para decantarse por uno u otro[1].
Durante la revolución industrial, en el siglo XIX, imperó el modelo de innovación tecnológica, puesto que el objetivo de las innovaciones era mecanizar las etapas de producción reduciendo mano de obra y aumentando la producción. Poco a poco, se han ido variando los objetivos conforme el contexto: mejoras de rendimiento, reducción de costes, internacionalización, personalización, reducir distancias, mejorar tiempos… En este sentido, los desarrollos tecnológicos tienen mucho que aportar pero el concepto de innovación se puede abordar desde una perspectiva más amplia en la que se puede considerar la innovación organizativa y la de comercialización, como otros tipos de innovación: es innovación no tecnológica.
Internet, la innovación más revolucionaria de nuestra era, y las redes sociales han contribuido para que el proceso de innovación se pueda concebir de una manera más amplia y los recursos de las personas, las empresas, las instituciones o las ciudades dedicados a la innovación obtengan mejores rendimientos. Los procesos de innovación que incluyen a los usuarios, consumidores y ciudadanos adquieren relevancia; amplían el número de actores que participan del proceso y el reto está en canalizar y gestionar el conocimiento generado por todos ellos. Las tecnologías, por tanto, siguen teniendo un papel relevante en el proceso de innovación, pues facilitan la gestión del conocimiento promoviendo la innovación participativa a partir de procesos acumulativos. Sin embargo, no es necesario disponer de una gran inversión en tecnologías y la innovación en sí misma es un proceso no basado en las tecnologías, sino en la creatividad y la participación.
Este tipo de innovación no tecnológica tiene unos efectos más inmediatos, en consecuencia también se ahorra tiempo.
La innovación de base no tecnológica que se apoya en la creatividad es uno de los puntales sobre los que apuesta la economía creativa y en los que España puede obtener una posición notable en el ranking internacional.
[1] Evolución de los modelos sobre el proceso de innovación: desde el modelo lineal hasta los sistemas de innovación. Eva Velasco, Ibon Zamanillo y Miren Gurutze Itxanburu.