horizonte desde el jardín de la sinagoga en Astorga, León. Teleno y montañas.

Sin tierra no hay gente: la riqueza que olvidamos

Aunque la distancia me separa, el humo de los incendios que arrasan mi tierra natal me alcanza. La distancia no impide la rabia ni la impotencia, porque cuando arde la tierra comprendes que la verdadera riqueza no está en los balances económicos, sino en la gente y en el suelo que pisan.

Mi tierra me pilla lejos, pero su dolor me toca cerca. Veo el humo desde mi ventana, a más de 600 kilómetros de los focos activos. Leo los mensajes del grupo de WhatsApp de mis amigos de Astorga y siento miedo y rabia a la vez. No entiendo de prevención de incendios ni de las políticas que deberían sustentarlas. Solo sé que, a estas alturas del cuento, es absurdo negar lo evidente, tratar de escurrir el bulto y olvidar que, por desgracia, todo empieza en los despachos.

Cebrones del Río, La Bañeza, León. 2025. Lele Sorribas

Este verano me había propuesto conocer mejor el paraje natural de mi tierra natal. Recomendaciones no me faltaron. Sin embargo, en plena ola de calor apenas me escapé un día a la piscina fluvial de Cebrones del Río. No hice la ruta por Las Médulas, ni la de la Fervencia; no fui a Corporales, ni a la zona minera de Villablino, ni al Valle del Silencio. Tampoco volví a Riaño, ni a la Herrería de Compludo, ni a los Ancares, lo único que conozco un poco. Todo quedó aplazado para otro momento en el que hiciera menos calor. Ahora, muchos de esos lugares han ardido y, con ellos, la naturaleza, las casas y el sustento de sus vecinos. Arden también las esperanzas de parte de la España vaciada, mientras otros comen en restaurantes o toman decisiones con criterios puramente económicos.

Rabia e impotencia: eso imagino que sentimos todos ante semejante injusticia. En León, en Ourense, en Zamora e incluso en Portugal. Una rabia que se transforma en manos voluntarias sobre el terreno, que deja muertos, y de la que se espera no salgan indemnes quienes han permitido que lleguemos hasta aquí. Pero no, no basta con eso. No basta con salvar lo que se pueda y con cuatro dimisiones. Porque, aunque desconozca los planes de prevención y la burocracia que los retrasa, sé que esta desgracia no nace de una chispa ni de la mala suerte.

Hace tiempo que escucho, a través de mis amigos, las reclamaciones de mi pueblo. Y tengo la sensación de que algunos han pensado que una zona que se va quedando sin habitantes puede ser ignorada y silenciada. Me consta que no: quienes tienen el poder de la palabra no callan, ni callarán. Aunque no se pueda devolver con palabras lo perdido, sí pueden evitar que caiga en el olvido y ayudar a que nazca la cordura.

Ojalá quienes están al mando amaran la tierra que pisan la mitad de lo que lo hacen mis amigos. Esa es la política que conozco: la de hacer las cosas por amor, a la tierra y a sus gentes. Porque solo hace falta un mínimo de mollera para darse cuenta de que sin tierra no hay gente, y que la gente hace la tierra. Esa, y no otra, es la riqueza que necesitamos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *