Hace unos días me dieron una mala noticia, una noticia que me afectó de dos maneras: pena y rabia.
Hace años me coincidió compartir residencia con un chico de Timor del Este, el muchacho era muy tímido, sonriente y de apariencia frágil. Durante mi estancia en la residencia, coincidimos unas cuantas veces en la cocina, él siempre cocinaba arroz y pescado y nunca aceptó nuestra tortilla de patata. Le encantaba cantar y silbar, y por tanto, era bastante común oírle por los pasillos. Nunca le vi con amigos, alguna vez aceptó salir en grupo, pero al final acababa desapareciendo solo.
Zé estaba estudiando gestión empresarial con una beca que también le pagaba el alojamiento y las dietas, gracias a ello podía estudiar y vivir, solo y únicamente gracias a ello. Desde el día que salió de Timor para estudiar la carrera no había vuelto y durante los años siguientes tampoco volvió.
La última vez que le vi, seguía viviendo en la residencia pero la beca ya no le pagaba las dietas y se buscó un trabajo en el comedor universitario. Los estudios no le iban bien y no aprobó el curso para mantener la beca de estudios, por tanto ya solo y únicamente gracias a ello podía vivir, no estudiar y no volver a su casa.
En verano el comedor cerró, se quedó sin empleo y, (esto es una suposición mía) creo que debido a su timidez y su peculiar forma de sonreír no consiguió encontrar salida a su sitación. Se convirtió en un “nadie”, nadie le recordaba, nadie le echaba de menos, nadie le ayudó, nadie se dio cuenta. Murió: yo no le recordaba, yo no le echaba de menos, yo no le ayudé, yo no me di cuenta, murió, y fue de abandono.
🙁
Si le sirve, tiene mi perdón.
gracias!