Once maneras de ir y volver, once maneras de llegar y regresar de Huesca, así titulé la libreta de viaje con partida desde Vigo y destino Huesca.
Cuando comencé la búsqueda para ver cómo podía llegar al Congreso de Periodismo Digital de Huesca, nunca pensé que tendría tantas opciones. Es más, en un principio, me producía cierto dolor de espalda pensar en la cantidad de horas de viaje que me esperaban. La idea del dolor de espalda me duró lo que tardé en darme cuenta de la cantidad de puntos que podía unir desde Huesca y la emoción de descubrir el destino.
Acercarme al este peninsular me cautivó, llevaba bastante tiempo con el run-run de Aragón; reconozco que en ese run-run sonaba Zaragoza y Teruel, pero finalmente fue Huesca quien ganó las apuestas, y antes de comenzar a desgranar el cuaderno de viaje, he de decir: no me defraudó.
Me esperaba una ciudad tranquila, pequeña y fría. No me equivoqué en nada, pero habría de añadir que Huesca es también acogedora, apacible y olvidada.
El olvido de Huesca se atestigua casi a la primera, cuando uno pregunta por aquí (por la costa oeste) y empiezan a confundir los nombres Huesca y Teruel. Un poco más de ese olvido se comprueba al caminar por la ciudad, una buena parte del casco antiguo parece dejado al abandono. Esto, por otra parte, me produce sensaciones, no contradictorias, pero sí contrapuestas: pena y paz, sensaciones propias de los sitios degradados. Uno de los motivos de esta degradación se debe a que la mayor parte de los edificios del casco viejo fueron construidos con piedra arenisca que no es muy resistente a las inclemencias meteorológicas y al paso del tiempo.


Poco a poco, o más pronto que tarde, ese olvido va rellenado huecos con la historia que late en las piedras que permanecen en pie. Por ejemplo, las de la catedral de estilo gótico, que entre los árboles levanta su torre, un tercio más baja como consecuencia de la guerra civil.


Entre calle y calle el acento aragonés se me iba impregnando, por momentos, me sentí afortunadamente perdida en el interior de la muralla. Porque Huesca es otra de esas ciudades amuralladas que abundan en nuestra geografía. Según he leído después, la muralla de Huesca tenía 99 torres de las que hoy solo queda una de ellas. Además había nueve puertas de entrada, que tampoco han resistido los siglos al perder el sentido defensivo de la propia muralla. Quedan los resquicios de una de esas puertas, La Porteta, por la que se accede a la calle del Desengaño.


Muchos desengaños habrá vivido la calle, muchos de los que no queda constancia y otros que más que desengaños son desmentidos y que ponen cara al “bien” y al “mal” (en una moral, posiblemente católica). El muro en el que se apoya la cuesta de acceso desde la calle del desengaño hacia una puerta de las dependencias episcopales, hay dos figuras: un ángel y un carnero cornudo y fálico. A falta de datos históricos aclaratorios, resulta curioso y acompaña la multitud de significaciones de la calle del desengaño.

Los nombres de las calles no solo sirven para situarte en la ciudad y como documento histórico, tienen también la capacidad de evocar estados de ánimo e ilusiones (espejismos) en las personas que se detienen a leer las placas. Y después de sucederme eso en la del desengaño, llegué a la del suspiro, en la que me encontré un anuncio de primavera.

Así en Huesca, la apacible, acogedora y olvidada, se me olvidó el frío, del que me vine a acordar cuando pretendí sentarme a escribir estas líneas en una terraza diseñada para leer, escribir o evadirse (aunque cada cual hará lo que le convenga).

Al descubrirme con las manos heladas y mi propósito inviable, regresé sobre mis pasos hasta el mirador, sobre la Ronda de Montearagón y anoté en la libreta con letra temblorosa, “me quedan diez”.
