En un texto reciente, el economista británico Tim Harford, retoma los conceptos de Alfred Marshall para sostener que las ciudades son usinas de ideas, en las cuales el conocimiento “flota”. Los antiguos barrios industriales que Marshall reconocía – según recuerda Harford – como espacios que permitirían el perfeccionamiento mutuo de aquellos que compartieran un mismo oficio, hoy se han convertido en conglomerados donde la creatividad se concentra conforme a rubros diversos.
A diferencia de una “tierra plana” de la que se hablaba en otro best-seller reciente, Harford se refiere a una “tierra puntiaguda”, una tierra de muchos nodos articuladores de la actividad económica y cultural. Y esto implica, entonces, reconocer el valor del espacio en la globalización. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) no implican la muerte del espacio; por el contrario, se articulan con él.
Lo dicho sugiere que el uso de las TIC debiera ser parte del diseño urbano que elijamos, dado que las mismas promueven (o no) la preparación de eventos en el territorio, la interacción pública y el acceso a determinada información de utilidad sobre el espacio en que vivimos y nos desarrollamos.
Además de datos, la Internet facilita las conversaciones. A veces, las autoridades son recelosas ante la posibilidad de abrir espacios que favorezcan ciertas conversaciones que pudieren derivar en comentarios negativos sobre tal o cual política. Abrir un foro sobre el estado de las calles, por caso, en el sitio web de una municipalidad seguramente implicaría aceptar el descontento de muchos ciudadanos sobre el mismo. Dado que las conversaciones se darán de todos modos, siempre es bueno poder ser parte de ellas. No sólo se trata de menguar el impacto de una crítica eventual, sino también de recoger las ideas de la inteligencia colectiva.
Una de las funcionalidades más interesantes que aporta la Internet es la posibilidad de acceder, en tiempo real, a un gran flujo de información. Información no implica conocimiento, pero sí puede resultar un insumo clave que permita analizar las demandas ciudadanas y recibir, a la par, una retroalimentación sobre el impacto de ciertas políticas. Así lo ha entendido, por ejemplo, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que ha utilizado el crowdsourcing como herramienta para el monitoreo de sus proyectos: los mensajes de los propios beneficiarios de sus iniciativas de desarrollo en redes sociales y webs 2.0 suponen un insumo crítico para evaluar mantener o cambiar el rumbo de las mismas.
Acercándonos al diseño urbano, un ejemplo interesante sobre las tecnologías aplicadas al territorio puede ser el del uso de los dispositivos móviles que pueden leer los códigos QR. Los mismos permiten acceder a cierta información adicional sobre el lugar o producto al cual se encuentran adheridos. También otorgan la posibilidad de brindar información ampliada sobre sucesos culturales que merecen la atención ciudadana. Tal es el caso de Ciudades que Danzan, una red de festivales en 40 ciudades del mundo que permite acceder mediante códigos QR a breves videos sobre danzas en escenarios urbanos emblemáticos (ver imagen).
Pero no sólo podemos pensar en contenidos culturales, también podría aplicarse información adicional con fines turísticos, o también para acceder a webs con información adicional sobre recorridos de ciertas líneas de transporte. Y si pensamos en su uso como herramienta de colaboración Estado – ciudadanía, podemos citar el ejemplo de la AFIP, la agencia recaudatoria argentina, que ha establecido la obligatoriedad de estos códigos en los comercios habilitados. De tal modo, los ciudadanos podrán controlar que los comercios donde realizan sus compras cumplan con sus obligaciones fiscales.
También la ciudadanía puede hacer uso de las TIC para denunciar hechos que afecten su bienestar. Tal es el caso de las plataformas que permiten hacer uso de diversos datos disponibles en Internet y plasmarlos en mapas virtuales. Como ejemplo de ello tenemos Territorios invisibles. Mapa Social de la contaminación en el cordón industrial del Gran Rosario. Allí la ciudadanía puede geo-referenciar actividades contaminantes sobre un mapa de Rosario (Argentina) y su zona de influencia. Esto no sólo permite un monitoreo ciudadano respecto a una temática de común interés, sino que también da la chance de visibilizar los reclamos ante el poder público. En este sentido, y volviendo al uso de los dispositivos móviles, es interesante mencionar el caso del proyecto MGov2, realizado en Brasil por un grupo de investigación con el cual me ha tocado trabajar. Se trata del uso de redes sociales mediante dispositivos móviles con el fin de generar discusiones en ámbitos locales con geo-referenciación y, además, la utilización de plataformas de voto electrónico para ceder a la ciudadanía parte de las decisiones públicas que terminarán modelando el perfil de su ciudad.
El uso de las herramientas antes descrito podría hacer pensar que sólo nos referimos a un modo de suplantar ciertas falencias de las autoridades públicas por dinámicas ciudadanas. Lejos de eso, hoy en día la ciudadanía cuenta con otros espacios que le permiten echar una mirada sobre el espacio habitado, otorgándole cierta identidad y co-construyendo la memoria histórica. Dos ejemplos cercanos me parecen dignos de mención. Uno es Rosario Invisible, que financiado por el Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe, insta a los rosarinos a realizar sus aportes fotográficos o audiovisuales sobre un mapa local. Los mismos pueden retratar aspectos históricos o edilicios, pero también resignificaciones urbanas, leyendas locales y personajes de la ciudad. Se trata de una manera de mantener viva la memoria, no desde la tribuna académica o el discurso oficial, sino desde la perspectiva de cada ciudadano que resignifica su ciudad día a día. Otro ejemplo es el de Telares de la Memoria, una iniciativa del Centro Internacional Franco-Argentino de Ciencias de la Información y de Sistemas (CIFASIS). Aquí se ha logrado generar un libro hipermedial que ayuda a Wheelwright, una pequeña comuna del sur santafesino, a dar visibilidad a las obras locales y sus creadores. Una experiencia que desde el mundo académico, y con apoyo provincial, ha sentado las bases para que la ciudadanía co-construya su memoria y preserve el patrimonio cultural intangible. En un texto explicativo sobre el desarrollo de dicha experiencia, el equipo del proyecto destaca que “la memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual”. Si coincidimos con ello, el uso de una herramienta virtual se muestra como ideal para canalizar la pluralidad de voces que co-construyen de modo colectivo el perfil de la comunidad.
Las tecnologías con que contamos ponen a nuestro alcance datos sobre lejanas geografías, pero seleccionamos dichos datos, los clasificamos conforme a ciertos criterios de prioridad y los resignificamos conforme a parámetros que siguen estando vinculados con el territorio que habitamos. Las TIC nos permiten, entonces, proyectar y modelar el perfil de nuestras ciudades, los espacios más importantes de nuestra “tierra puntiaguda”…
Federico Fernández Reigosa cuenta con experiencia en consultoría de proyectos en programas de la Unión Europea para Agenda Global Siglo 21, una organización que co-dirige y para la Organización Universitaria Interamericana; y en programas del gobierno español, para la Asociación Echando Raíces. Durante el 2011 se desempeñó como coordinador de la Red de Expertos Iberoamericanos en E-learning de la Fundación CEDDET de Madrid. Fue Coordinador del Eje Comunidad de Conocimiento del proyecto El ciudadano y el E-Gobierno en las Américas (OUI / OEA / Red GEALC). Especializado en Cooperación Internacional y en estudios sobre la Sociedad de la Información y el Conocimiento, ha sido certificado como Tutor en Gestión para Resultados en el Desarrollo en Gobiernos Subnacionales (GpRD-GSN) por el Banco Interamericano de Desarrollo.