He ido a Lleida. No estaba en mis planes. He estado en Lleida, no estaba en mis planes y tampoco estaba en mi mapa. Me encantan los planes que no tienen fecha. Rellenar esos puntos con coordenadas temporales y geográficas es como completar las definiciones de un crucigrama que pensabas no saber y de repente te vienen a la cabeza. La sensación es gratificante y la sorpresa está asegurada.
Me imaginaba Lleida, si es que alguna vez la imaginé, pequeña y recogida. La imaginación es engañosa, y Lleida no es muy pequeña, es bastante recogida, pero también es abierta y amplia. La zona vieja es un intríngulis de callejuelas estrechas que salen de una calle comercial (eje formado por las calles Sant Antoni, Major, Sant Joan, Carme, Cardenal Remolins), que según me dijeron tiene unos tres kilómetros. Las callejuelas son curvadas, algunas tienen escaleras, son oscuras y con sus nombres se podría escribir una cantiga.
Recorrí el eje comercial, sin exagerar, tantas veces que cubrí una etapa y media (de las buenas) del Camino de Santiago. En esta calle, hay una iglesia en honor a Sant Jaume (Santiago) y se encuentran las señales de los peregrinos. Si sigo el camino pasaré por la casa de mi infancia (Astorga), pensé, y las seguí y las contradije varias veces.


El primer paseo lo comencé en la estación de tren, Lleida-Pirineus, y llegué a la plaza de Sant Joan. Una plaza extraña para mis ojos acostumbrados a las plazas soportaladas. En esta plaza los soportales están a la salida, en la continuación de la calle, hacia ambos lados. En el medio de la plaza, la disposición de escalones predice buen tiempo o buen carácter para sentarse a pasar el rato; unas escaleras mecánicas en el lateral incitan seguir el camino hacia arriba y el nombre de Sant Joan se lo debe a la iglesia dedicada al santo, que arrinconada preside la plaza.

El segundo paseo lo comencé en el Parque Tecnológico, en la otra punta de la ciudad pasando cerca del conjunto monumental de Gardeny, que me quedé sin ver. Seguí el trazado de la calle y llegué hasta la calle de Sant Antoni,punto de partida del eje comercial, en la otra dirección. Llegué otra vez a la plaza de Sant Joan. Me encontré conmigo sorprendiéndome otra vez con las escaleras mecánicas, y esta vez subí.

Subí y después de subir seguí subiendo: más arriba, decían el ascensor y una moneda de veinte céntimos (precio del tiquet para el ascensor) y allá arriba, la Seu Vella y mi cara de admiración al descubrir que las murallas de esta catedral me resultaban familiares, tan parecidas con las de algunas fortalezas portuguesas, por ejemplo. El ascenso no terminó por aquí, desde las murallas todavía quedaba subir hacia la catedral (Seu Vella) y el castillo del rey (La Suda).

Desde la colina de la catedral, cualquiera está condicionado a mirar hacia abajo y descubrir que Lleida también es abierta y amplia al abrir el campo visual hacia el río.
El conjunto arquitectónico, yo que poco sé de arquitectura, es sorprendente. Reconozco que me quedé embobada con las figuras de los rosetones, de las puertas, con las gárgolas y con los arcos del claustro, gótico. Las formas redondeadas, simples por repetitivas, pero seguro que complejas en su concepción, hacían juegos de luces embaucadores. Después de llegar tan alto y de dar un salto en la historia de ocho siglos atrás, unas escaleras desde el claustro volvieron a invitarme a seguir subiendo, 238 escalones en espiral después, me acerqué mucho más arriba. Crecí más de 100 metros sobre el nivel del mar.






Subir no evita bajar, es más, subir obliga a bajar. Pero para hacer la bajada más leve, salí del Turó (colina en catalán) por la puerta del León y fui bajando por la calle de Sant Martí, en el camino me encontré con la iglesia de Sant Martí, del siglo XII. Yo descendía, pero el tiempo seguía avanzando en sentido contrario y las callejuelas y su intríngulis me introdujeron de nuevo en la Lleida recogida.


Hasta que no llegué al río, no me di cuenta de que había hecho un recorrido circular, vertical en el espacio, horizontal en el tiempo.

He ido a Lleida y he estado en Lleida, sin estar en mis planes ya está en mi mapa y me ha regalado la experiencia de las formas redondeadas, como aquellas que me embelesaron del estilo gótico y como las que me enredaron en los edificios de la calle Major de estilo modernista.


También vi un homenaje a la cultura, el 13 de abril se celebró la Diada de la Cultura, con sardanas, danzas de gigantes y castellers, pero esto da para otra entrada. Asimismo, habré de retomar estas líneas para detenerme en el frío y el silencio del interior de las catedrales, de la Seu Nova (la catedral nueva del siglo XVIII) y de la Seu Vella.
Si alguien no tiene Lleida en su mapa, le recomiendo que lo vaya apuntando.

Muy lindas imágenes :o)
Gracias, Fede! La verdad es que la ciudad es bastante bonita, se deja fotografiar 😉