¿Cómo decirlo? He disfrutado, devorado… leído apasionadamente… La península de las casas vacías en la playa, de vacaciones. El conjunto lo ha convertido en una experiencia maravillosa.
Cuando voy a la playa, voy por ahí revisando los títulos de los libros que se lleva la gente. Quiero saber qué se reservan para completar su experiencia de arena y sal. Si alguien lleva alguno que ya he leído o que tengo en la lista de pendientes siento cierta conexión con esa persona y me sonrío. No solo me pasa a mí. Sucedió. Sucedió que saqué «La península de las casas vacías”, de David Uclés (Editorial Salamandra), lo dejé en la toalla mientras acababa de secarme un poco con la brisa y nuestras miradas se cruzaron. Reconocí esa media sonrisa. No dijo nada al momento, aunque no tardó en hacerlo: “está bien, ¿verdad?”.
Supe que me lo decía a mí a pesar de que ya no nos mirábamos: “Más que bien”, dije.
Y ella continuó: “Me recordó a ‘Cien años de soledad’ por esa forma de contar las cosas, como imaginándolas. Me dio pena acabarlo”.
Le respondí mientras abría el libro por el capítulo 119: “Sí, es esa forma de narrar que hace que la terrible realidad parezca fantasía. Me dará pena acabarlo”.
Me dio mucha pena acabarlo, sin duda. También sentí mucha pena mientras lo leía: cierto que la realidad contada como lo hace David sirve como amortiguador ante la crudeza de la realidad que narra.
El libro pasó a manos de mi madre el mismo día que lo acabé. Al día siguiente, me dijo algo que puso la piel de gallina: “lo que más me impresiona es que todo esto es verdad, mi madre también me contó estas cosas”. Su madre, es decir, mi abuela era gallega, de un pueblo de Orense, y Jándula representa un pueblo de Jaén, la vida de los pueblos se parecía de norte a sur.
Además de eso, para mí, “La península de las casas vacías” no es un libro, es una performance. Hacía tiempo, desde lo último que leí de Mia Couto o José Eduardo Agualusa, que no sentía esa fascinación. Me encanta el realismo mágico y los autores lusófonos son unos maestros (sí, sin obviar a los latinoamericanos).
El estilo de Uclés en “La península” se me asemeja en algunas escenas a una película de José Luis Cuerda; la música sugerida redobla la emoción; los apuntes del autor te conectan con su proceso creativo o te obligan a parar y asimilar y que todo en el fondo sea tan dolorosamente cercano y real solo pueden hacer toda la experiencia aún más vívida.
La verdad es que después de tantas reseñas, reediciones y traducciones que tiene el libro, y de todo lo que su genio, David Uclés, ha ido desgranando en entrevistas (Como esta de La Sexta o esta más reciente) y presentaciones, poco puedo añadir que no se haya dicho ya.



Es la primera novela que sobrevuela toda la guerra civil española dando voz a la mayor verdad que deja cualquier guerra: la incomprensión y el rencor, o por lo menos eso es lo que yo leo en los personajes y es lo que me explica mi madre que le contaba la suya.
La estructura de la obra es pura obra de arte, nada está puesto por casualidad: el orden, las citas, las alegorías, la voz del autor… es una novela de detalles, que completa muchos huecos que dejan las vagas explicaciones de los libros de historia que aún colean sobre la Guerra Civil.
Y a pesar de lo maravilloso que es el texto, sé que no se lo puedo recomendar a todo el mundo porque no es un libro sencillo, aunque lo haré porque todo el mundo debería intentarlo, enfrentarse a la crudeza de los acontecimientos y enamorarse del realismo mágico.
Espero que muchos extractos de La península de las casas vacías pasen a ser de obligada reflexión en las clases de historia y que también se cuelen en los estudios de arte y literatura, porque es una obra maestra.