¿Qué clase de periodista soy?

Lele_PortadaFB

El título de este texto se puede entonar a modo de pregunta y a modo de reproche. Así quiero que lo hagan, así quiero darle respuesta.

Si estudié periodismo fue por algo parecido a la vocación, aunque se anunciaba muy tímidamente. Me interesaba por escribir, comentar, recopilar y comunicar. Era de ciencias y eso me hizo vacilar en varias ocasiones acerca del camino que estaba tomando. Ahora, pienso que en realidad da igual el camino por el que me hubiera decantado, siempre me quedaría la duda de qué hubiera sucedido por el otro y probablemente habría acabado en el mismo lugar. Aunque tal vez, también pienso ahora, que de haberme decantado por una carrera de ciencias, telecomunicaciones, naval, agrónomos, diseño industrial (eran las que barajaba), mi camino como periodista podría haber sido, paradójicamente, más directo, tomando uno de estos temas como especialidad.

De este modo, con la carrera de periodismo hecha a saltos de página mentales, pero en cinco años, existe la necesidad de justificarse continuamente, y si no es uno mismo el que lo hace, alguien vendrá a preguntarte qué clase de periodista eres. Agradezco la pregunta.

Después de varios años de experiencia en los que solo he ejercido de periodista al uso por cuenta propia y voluntariamente, creo que soy una clase de periodista en ebullición (últimamente, he descubierto un brote abundante de este tipo).

Soy ese otro bando, si se puede delimitar así, que prefiere cocinar a fuego lento y comer en mesas con manteles de cuadros y bancos corridos. No me interesan las exclusivas, no me interesa ir detrás del gazapo o de la portada bomba, no va conmigo. Para eso hay que nacer, creo que solo quien así lo siente puede hacerlo bien, y de hecho, los hay.

Tampoco soy la periodista incómoda con la pregunta retorcida, no busco incomodar para llegar al meollo de la cuestión. Las personas me interesan en cuanto que personas, con inquietudes profesionales y culturales y, otra vez, personas. Me interesan una vez que se bajan de los zapatos y conversan, sin importarles si yo soy periodista o escayolista, no pienso maquillarlas, no pretendo dejarlas en cueros, solo quiero que me cuenten para contar.

Los relatos en los que la destreza de los humanos diseña el camino, o aquellos en los que el poder y la codicia rigen el hilo narrativo, o incluso esos relatos donde la fascinación y la pasión casi no dejan ver detrás, esos relatos me empujan a callejear y navegar. Con ellos he llegado hasta aquí y aún no quiero apearme. De las historias escabrosas, porque también me gustan, me fascinan los detalles, el fondo y el proceso, y con respecto a eso, sí que me siento como la mayoría de periodistas: el detalle cuenta.

No me gusta el mercado de la información, no me gusta que las palabras se vendan al kilo y que acompañadas de foto, aunque sea de dudosa procedencia, valgan el doble. Sé que es un negocio, o que hemos convertido el periodismo en un negocio. Por mucho que reniegue he participado de ello en cuanto escogí esta carrera. Sin embargo, nunca he visto un duro ejerciendo mi labor. Nunca me han pagado por hacer esa parte del trabajo en la que me siento cómoda con la etiqueta. He recibido retribución por hacer estudios de mercado, traducciones, consultoría, planificación de contenidos, gestión de canales y redes, pero nunca por el ejercicio puro del periodismo.

Tal vez por todo esto soy de esa clase de periodistas a los que la duda les persigue ¿qué clase de periodista soy? Soy de esa clase en ebullición que precisa encontrar el modo de salvarse en la vorágine del descrédito, de la infoxicación y de la obsolescencia. Soy de esa clase de periodistas,  afortunadamente abundante, que saborea el periplo en cualquier labor que desempeña y que se descubre periodista cuando menos se lo espera.

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